Esos cauces sin chicha

Editorial / Opinión / Pipo & Astutto
21 febrero 2013

El Barrio de Salamanca es plomizo, austero y frío, muy frío. Es un barrio sin color, lleno de ventanales ostentosos que intentan atrapar la luz pero que no consiguen reflejarla. Los señores pasean con orgullo su altanería, los porteros te preguntan a dónde vas, guardianes de una casta privilegiada. Señoras con abrigos de animales muertos pasean perros patada mientras sus hipertensas mejillas de Gremlin retiemblan de satisfacción por el status conseguido. Los niños no tienen alma, tan educados, fríos y grises como sus progenitores, anclados en un presente-pasado. Son niños viejos, que han perdido la ilusión de vivir. Juegan como si fuese una obligación, a la espera de heredar negocios y jugar en toda regla. En el barrio de Salamanca se duerme tranquilo, debajo de capas de nórdicos de Habitat. Con un sueño plácido y sosegado, satisfechos por haber creado una jaula de oro. Los comercios son rancios, los colores opacos y la vida parace trascurrir entre esos cauces que no tienen ni chicha ni gloria. Pero ahí te quedas, barrio triste, con tus pájaros de mal agüero y tu comodidad perezosa. Te saludamos desde el otro lado, donde la gente grita y vocea, en donde a veces vamos sucios y nos apañamos en casas destartaladas. En donde devolvemos a la vida lo que nos ha prestado. El color y la intensidad están aquí, en esta pantonera desastre. Espero que todas tus calles se llenen de topes de hierro a media altura y cuando te comas ese bocata de bolardo mires hacia abajo y veas todo lo que te estás perdiendo.

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